viernes, 15 de octubre de 2010

El Río Adaptación de cuento Julio Cortazar.

EL RIO

Me fui diciendo que me tiraría al riachuelo, o algo así, fue una de esas frases de la media noche, entre sabanas y boca pastosa, casi siempre con algo en mi mano o de pie rozando tu cuerpo que apenas me escucha, porque hace tanto que apenas me escuchas cuando digo cosas así, y se que eso viene del otro lado de tus ojos cerrados, del sueño que otra vez te tira hacia abajo.

Entonces siento que no te importa que me haya ido, que me haya ahogado o que todavía ande por los muelles mirando el agua, y además no es cierto por que estoy aquí dormida y respirando entrecortadamente, pero entonces me he ido cuando me fui en algún momento de la noche, antes de que te perdieras en el sueño por que me había ido diciendo que me tiraría en el riachuelo, o sea que he tenido miedo, he renunciado y de golpe estoy ahí casi tocándote, y me muevo ondulando como si algo trabajara suavemente en mis sueños, como si de verdad soñara que he salido, que he llegado a los muelles y me tire al agua. Así una vez más, para dormir después con mi cara empapada, hasta la hora en la que traen el diario con las noticias de los que se ahogan de verdad.

Te doy risa, piensas que soy una pobrecita. Mis determinaciones trágicas, esa manera de andar golpeando las puertas como una actriz de kermés de pueblo, te preguntas si realmente creo en mis amenazas, mis chantajes repugnantes, mis inagotables escenas patéticas untadas de lagrimas y adjetivos y recuentos.

Crees que merezco alguien mas dotado que vos para que me diera la replica, entonces piensas que se alzaría la pareja perfecta, con el hedor exquisito del hombre y la mujer que se destrozan mirándose en los ojos para asegurarse el aplazamiento más precario, para sobrevivir todavía y volver a empezar y perseguir inagotablemente su verdad de terreno baldío y fondo de cacerola. Pero ya veo que escoges el silencio, enciendes un cigarrillo y me escuchas hablar, me escuchas quejarme (con razón pero que puedes hacer), o lo que es todavía peor, te vas durmiendo, arrullado por mis imprecaciones previsibles, con los ojos entrecerrados mezclas todavía por un rato las primeras ráfagas de los sueños con mis gestos de camisón ridículo bajo la luz de la araña que nos regalaron cuando nos casamos, y al final crees que te duermes y te llevas , me lo confesarías casi con amor, la parte mas aprovechable de mis movimientos y mis denuncias, el sonido restellante que me deforma los labios lívidos de cólera. Para enriquecer tus propios sueños donde jamás a nadie se le ocurre ahogarse, y no necesitas jurarme para que te lo crea.

Pero dudas de que sea así y te preguntas que estoy haciendo en esta cama que había decidido abandonar por la otra más vasta y más huyente. Ahora resulta que duermo, que de cuando en cuando muevo una pierna que va cambiando el dibujo de la sabana, te parezco enojada por alguna cosa, no demasiado enojada, es como un cansancio amargo, mis labios esbozan una mueca de desprecio, dejan escapar el aire entrecortadamente, lo recogen a bocanadas breves, y crees que si no estuvieras tan enojado por mis falsas amenazas admitirías que soy otra vez hermosa, como si el sueño me devolviera un poco de tu lado donde el deseo es posible y hasta reconciliación o nuevo plazo, algo menos turbio que este amanecer donde empiezan a rodar los primeros carros y los gallos abominablemente desnudan su horrenda servidumbre. Crees que ya no tiene sentido preguntarme si en algún momento me había ido, si era yo la que golpeó la puerta al salir en el instante mismo en el que resbalabas al olvido, y a lo mejor es por eso que prefieres tocarme, no por que dudes de que yo este ahí, probablemente en ningún momento me fui del cuarto, quizás un golpe de viento cerro la puerta, soñaste que me había ido mientras yo, creyéndote dormido te gritaba mis amenazas desde los pies de la cama. No es por eso que me tocas, en la penumbra verde del amanecer te resulta casi dulce pasarme la mano por mi hombro que se estremece y te rechaza. Las sabanas me cubren a medias, tus dedos comienzan a bajar por el terso dibujo de mi garganta, inclinándote respiras mi aliento que huele a noche y a jarabe, no sabes como tus brazos me han enlazado, oyes una queja mientras arqueo la cintura negándome, pero los dos conocemos demasiado ese juego para creer en el, es preciso que te abandone la boca que jadea palabras sueltas, de nada sirve que mi cuerpo amodorrado y vencido luche por evadirse, somos a tal punto una misma cosa en ese enredo de ovillo donde la lana negra y la lana blanca luchan como arañas en un bocal. De la sabana que apenas me cubría alcanzas a entrever la ráfaga instantánea que surca el aire para perderse en la sombra y ahora estamos desnudos, el amanecer nos envuelve y reconcilia en una sola materia temblorosa, pero me obstino en luchar, encogiéndome, lanzando los brazos por sobre tu cabeza, abriendo como un relámpago los muslos para volver a cerrar sus tenazas que te resultan monstruosas que quisieran separarte de ti mismo. Tienes que dominarme lentamente (y eso lo se , lo has hecho siempre con una gracia ceremonial), sin hacerme daño vas doblando los juncos de mis brazos, te ciñes a mi placer de manos crispadas, de ojos enormemente abiertos, ahora mi ritmo al fin se ahonda en movimientos lentos de muaré, de profunda, de profundas burbujas ascendiendo hasta tu cara, vagamente acaricias mi pelo derramado en la almohada, en la penumbra verde miras con sorpresa mi mano que chorrea, antes de resbalar a mi lado sabes que me acaban de sacar del agua, demasiado tarde, y que yazgo sobre las piedras del muelle rodeada de zapatos y voces, desnuda boca arriba con mi pelo empapado y mis ojos abiertos.

Bestiario.

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