jueves, 29 de diciembre de 2011

Un domingo...


El Vasco apago el despertador de un manotazo ( le recordaba la chicharra de la cárcel). Sin mirar agarro los puchos de arriba de la mesita de luz y mientras prendía el primero salto de la cama.
La pava abollada sobre la hornalla y otro pucho a la espera del mate.
Los domingos eran siempre así, solitarios, simples, sin nada que esperar. Cada tanto un recuerdo de Marisa, de sus pastas y la sonrisa de Mauro que ya empezaba a desfigurársele en los recuerdos. Eso lo enojaba, el olvido de la imagen exacta de la cara de su hijo…
A las 11hs sonó el timbre. Abrió la puerta sin preguntar. No había nadie. “Pendejos de mierda” dijo bien fuerte para que lo escuchen por si estaban cerca.
Almorzó la pizza que había sobrado de la noche anterior. La cerveza helada, la modorra, la siesta que venia con sombras…
Lo despertó la cumbia a todo volumen. “Estos negros de mierda que no paran” pensó y se puso las zapatillas. Salió sin atarse los cordones.
Golpeo la puerta del vecino. Salió un morocho grandote, sonriendo.
_Che pelotudo por que no bajas la música o te bajo los dientes…
_Jaja
Antes que el Vasco pudiera reaccionar el morocho le pego una piña en la trompa, lo agarro del brazo y lo revoleo al medio de la calle.
_Viejo pelotudo acá no te hagas el poronga por que cobras otra vez…
EL vasco se levanto, vio como una vecina lo espiaba por la ventana y se dijo para si “no siempre se puede pegar primero”.
Mientras caminaba hacia su casa recordó la sonrisa exacta de Mauro, la sonrisa el día que le trajo un camión con acoplado que le había comprado en Once.
Se tiro en la cama y se durmió un rato mas.
Esteban Terranova.